Amores, ascensos y expedientes: la comandante que susurra entre los hangares
En las filas de la Fuerza Aérea del Perú, los ascensos continúan siendo objeto de cuestionamientos. La reciente promoción de una oficial al grado de coronel ha reavivado la polémica en torno a la transparencia y legitimidad de los procesos de evaluación. Según fuentes internas, el tiempo mínimo exigido en el grado previo no siempre se respeta, generando la percepción de que ciertos vínculos personales o cercanías con altos mandos pesan más que el mérito profesional y la trayectoria. Este tipo de prácticas, si se confirman, no solo vulneran los principios de igualdad y meritocracia, sino que además golpean la moral de los oficiales que cumplen estrictamente los requisitos establecidos. En una institución que debería ser ejemplo de disciplina y justicia, la sombra del favoritismo erosiona la credibilidad y proyecta un mensaje peligroso: que el mérito y la vocación de servicio pueden ser desplazados por intereses ajenos al profesionalismo militar.
En los corredores solemnes del Cuartel General de la Fuerza Aérea del Perú, donde el eco de las botas resuena como tambores de disciplina, se ha tejido una historia que mezcla romance, jerarquía y jurisprudencia. La protagonista: la comandante jurídica Minvela, mujer de verbo afilado y mirada que no titubea ante el expediente más espinoso. Pero esta vez, no es su pluma la que ha causado revuelo, sino los susurros que la vinculan con el general del aire Cateto Chávez Cateriano, figura de galones dorados y reputación tan volátil como los vientos de la Base Aérea de Las Palmas.
Dicen los que vigilan más que los radares, que la comandante Minvela ha cumplido ya los seis años reglamentarios en el grado de comandante, pero no los de servicio, requisito indispensable para aspirar al ascenso a coronel. Lo que ha encendido las alarmas no son los años de servicio, sino las horas de permanencia en la oficina del general, donde según testigos —tan discretos como indiscretos— se la ha visto entrar con carpetas legales y salir sin ellas, aunque con el cabello ligeramente despeinado y una sonrisa que no suele acompañar los litigios.
Algunos murmuran que el despacho del general se ha convertido en un nido de confidencias, donde los códigos penales se mezclan con las confidencias personales. Otros, más cínicos, aseguran que el verdadero expediente que impulsó el ascenso no está en el archivo institucional, sino en el corazón del alto mando.
Desde el punto de vista jurídico, nada impide que una comandante jurídica ascienda por méritos propios. Pero cuando el ascenso coincide con una relación que, aunque no oficial, ha sido objeto de comentarios en voz baja y miradas en alto, la transparencia institucional se ve empañada por el velo de la sospecha.
¿Es Minvela una jurista brillante que ha sabido navegar los cielos del derecho militar con destreza? ¿O es simplemente una pasajera privilegiada en el avión del favoritismo, de operaciones de pasión furtivas y clandestinas? La historia aún no se escribe en actas, pero en los pasillos ya se comenta como si fuera parte del reglamento.
No hay comentarios:
Publicar un comentario